#Municiones: Ramón López Velarde

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Para 1916, los primeros poetas que fueron agrupados por la crítica bajo el concepto modernismo ya no representaban ninguna novedad estilística sino una escuela, un estilo consolidado, «tanto aquí como allá (España) el triunfo está logrado» escribía Rubén Darío en el prefacio a Cantos de vida y esperanza, de 1905. Un ambiente de cambio humoral se instalaba. La primera gran guerra de Europa estaba en curso, al igual que la revolución mexicana; la soviética estaba cocinándose y estallaría al año siguiente; Francisco Villa atacaba el destacamento militar de Columbus, Estados Unidos; en Zurich, Austria, nación neutral, acontecía el primer Cabaret Voltaire del movimiento dadaísta.

A más de 100 años de distancia, cualquiera que haya ahondado un poco en el modernismo hispanoamericano tendrá presente las características que de rigor se le atribuyen: exotismo, formas poéticas francesas, influencia del simbolismo y del parnasianismo, ingreso de la literatura en español a la modernidad. Otra idea también está ampliamente difunda: «hay muchos Modernismos». El entusiasmo por el movimiento modernista en Europa, a excepción de España, fue mínimo. Darío que escribió en París el citado Cantos de vida y esperanza, libro crucial de su trayectoria poética, prácticamente pasó desapercibido durante su estancia en la ciudad. Silvia Molloy apunta que: “no puede afirmarse que Verlaine, Moréas o Remy de Goncourt hayan sido sus lectores, ni siquiera sus amigos”. Sigue ocurriendo, adherirnos para validarnos.

El exotismo modernista responde al aumento en el flujo de productos de uso cotidiano y de lujo, ahí está como ejemplo el afrancesamiento mexicano que ocurrío, de mayor forma en la capital, durante el Porfiriato. Periodo conocido como la Belle Epoque. Incluyamos a la velocidad con la que se difunde información, la aparición de los periódicos, los aeroplanos, el cinematógrafo, todos esos instrumentos que trastocaron la vida cotidiana, las formas de consumir entretenimientos, y los contenidos de ese entretenimiento.

A diferencia de los versos que circulaban en las últimas décadas del XIX y los primeros años del XX, para 1916, como mencionábamos, ya se percibía el cambio de temperamento emocional, algunos poetas mexicanos insignes inclusive lo asumían puntualmente, Luis G. Urbina, en 1914, publica un libro de sugerente título: Lámparas en agonía.

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Sobre este periodo, conocido como posmodernismo, Saúl Yurkievich anota: “(Los poetas) Sincronizan el tempo poético con la morosa cadencia de la América de siempre, no la del vértigo progresista, la del aluvión inmigratorio, de la rápida mudanza urbana, no la que se incorpora eufóricamente al gran circuito de las circulaciones e intercambios internacionales, sino la otra, la quieta, la vernácula, la de tierra adentro”.

Ramón López Velarde no perteneció al movimiento modernista, aunque los consume y emula, al igual que muchos otros poetas de la época. Se acerca a la vanguardia, porque practica una escritura llena de intrincadas experimentaciones léxicas y sonoras, pero no posee el carácter beligerante y programático de éstas. A Velarde podemos situarlo dentro de un grupo de poetas latinoamericanos que, comenta Guillermo Arévalo en el prólogo a la poesía del colombiano Luis Carlos López, se encuentran unidos “por la desmitificación del romanticismo, por un escepticismo adolorido, por el prosaísmo, la apelación al lenguaje conversacional y cotidiano, la ironía y el retorno a las realidades inmediatas de sus países”, y agrega: “vuelven la mirada a la provincia, ya no como objeto de idealización, a la manera de los costumbristas, sino de crítica”. En López Velarde podríamos rectificar, no se desmitifica el romanticismo se re-simboliza, y que al volver su mirada no sólo lo realiza de manera crítica, también íntima.

Escribe Velarde en su prosa “Novedad de la patria”: “Han sido precisos los años el sufrimiento para concebir una patria menos externa, más modesta y probablemente más preciosa”, y poco adelante: “La rectificaciones de la experiencia, contrayendo a la justa medida la fama de nuestras glorias sobre españoles, yanquis y franceses, y la celebridad de nuestro republicanismo, nos han revelado una patria, no histórica ni política, sino íntima”.

En su primer libro, La sangre devota (1916), no escribe sobre náyades sino sobre su prima Agueda, no hay corte ni realeza sino los habitantes de su pueblo, y para cantar a Fuensanta, en ocasiones, se detiene ante aspectos específicos de su persona, como los pies. En su poesía, el ambiente cortesano y cosmopolita con el que se identifica usualmente al movimiento modernista es eludido intencionalmente para dar paso a la intimidad comarcal. En este libro el poeta zacatecano logra enlazar la realidad nacional con las conquistas técnicas y temáticas que el modernismo introdujo influenciado por París, entonces capital del arte. En sus poemas conjuga elementos “autóctonos”, por ejemplo el rebozo, con reminiscencias evidentes al tratamiento de Baudelaire. Ramón escribe: “Del rebozo en la seda me anegaba / con fe, como en un golfo intenso y puro / a oler abiertas rosas del presente” y Baudelaire escribe sobre la cabellera: “Hundiré mi cabeza, de embriaguez deseosa / en este negro océano donde el otro se encierra”. El mismo Velarde lo admite, “entonces era yo seminarista, sin Baudelaire y sin olfato”.

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Los poemas que conforman Zozobra emanan frío de humedad, de pasajes subterráneos, de piedra mojada. Poseen esencia de callejón empedrado, de tierra mojada. Y al mismo tiempo son poemas ermita, humeantes de incienso. Esta es la novedad fundamental de Velarde, añadir al tema nacional un aire oscuro, de rural onírico, de ensueño bajo la tierra; en muchas ocasiones sin dejar de señalar su acontecer turbulento y repleto de violencia. En “El retorno maléfico” escribe: “Y la fusilería grabó en la cal / de todas las paredes / de la aldea espectral, / negros y aciagos mapas”. Esta evolución lo enlaza con el grupo de los Contemporáneos.

El poema “El viejo pozo” ejemplifica esto. Un pozo es producto de hurgar bajo tierra hasta encontrar agua fresca, túnel hondo y vertical, húmedo y lleno de lama. Velarde no solo exalta estas características del pozo, sino que lo metaforiza como una “pupila líquida” inmóvil, fija observando el transcurrir del tiempo y que refleja flores, árboles, caballos; a las mujeres vestidas de fiesta, sirviendo de punto de partida para descripciones del entorno y de las fiestas a las que se dirigen. La ágil sucesión entre reflexiones y la sucesión de escenas tiene influencia cinematográfica. Velarde con sus poemas dota de vigor estético lo que comenzaba a considerarse “esencia nacional”, y que tiene eco en el director Emilio “El Indio” Fernández.

Al enlazar eficazmente la modernidad estética con lo nacional, Ramón López Velarde era el poeta indicado para escribir un poema como la Suave Patria. Una vez concluida la lucha revolucionaria, y tras la muerte prematura del poeta, a los 33 años, la revolución institucionalizada lo transforma en poeta nacional. Hechos en los que él no tiene ninguna inferencia, pero que demuestran lo cercano que estuvo al ambiente “nacionalista”.

Que esta aura de símbolo no deje de lado a un renovador del verso, que en sus exploraciones léxicas alcanzó alturas estridentes: “Mística integral / melómano alfiler sin fe de erratas”, escribe en El son del Corazón, libro póstumo, publicado en 1932.

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Municiones 

Texto por Oscar Muciño

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