Ismaelillo, «gravedad y sencillez» de José Martí

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Deportado de Cuba por segunda vez, tras un fallido levantamiento armado independentista, José Martí publica, en Nueva York, en una imprenta de la calle Main Lane, cerca de Wall Street, su primer libro de poesía: Ismaelillo. La ciudad de Nueva York en ese entonces (1882), aún sin su emblemática «Estatua de la libertad», transitaba un periodo de caótico crecimiento. Inauguraba ese mismo año su primera red de iluminación eléctrica y, con el crecimiento acelerado de su industria y su comercio, se convertía en un punto neurálgico de la modernidad económica. Al mismo tiempo, en sus puertos el flujo de inmigrantes, exiliados de sus patrias, muchos de ellos por la hambruna y la miseria, era incesante y abrumador. Para dimensionarlo, en ese año vivían en la ciudad cerca de 70,000 italianos; y en los últimos 20 años arribaron cerca de 700,000 irlandés que escapaban de la conocida como «Hambruna de la papa». Muchos de estos inmigrantes habitaban en el caserío de Five Points, una de los primeras favelas, en cuyas callejas, pasadizos y cuartos campeaba el crimen y la pobreza.

El libro está dedicado a su hijo, nacido en Cuba en 1878, que no se llamaba Ismael, pese a su deseo, sino José Francisco. La génesis del texto se remonta a 1880, ese año Martí consiguió vivir unos meses con su hijo y con Carmen Zayas, su esposa, para 1882 ambos han regresado Cuba, y Martí desde ese desgarro familiar comienza a proyectar un libro producto de esa ausencia. Martí encuentra un mito, lo integra a sí, lo asocia a su hijo, y ese mito y su anhelo de libertad para Cuba encaminan su escritura; el mito es el bíblico de Ismael, antepasado de los ismaelitas y los árabes. Ismael hijo de Abraham con Agar, la esclava egipcia de su esposa Sara. Al nacer Isaac, hijo concebido por Abraham junto a su esposa, Ismael y su madre son desterrados. Vagan por el desierto y son ayudados por dios para sobrevivir.

Que ante la avanzada de la idea de modernidad en las naciones latinoamericanas y el acecho europeo y estadounidense; ante la industrialización, la expansión de la oferta de productos de lujo, la velocidad en la transmisión de información; que ante este contexto veloz y fragmentado que va construyendo la modernidad urbana, y siendo testigo de primera mano, José Martí dedique su poesía a su hijo y al mito del hijo de la esclava, no puede tomarse como un gesto baladí.

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La dedicatoria del libro comienza: «Espantado de todo, me refugio en ti». Refugio ante sus agitados años anteriores, su existencia colmada de exilio, persecuciones, activismo y escritura, una vida encauzada a la lucha por la independencia cubana e hispanoamericana. Faltan 13 años para su muerte, pero ha tenido un par de duros encontronazos con ella. Muy probablemente, Martí reflexionando sobre sus periplos, sus responsabilidades, sus compromisos, en una habitación incrustada en la urbe epicentro de la modernidad expansionista, intuye lo fragoso y decisivo de los años que se vienen para lograr sus propósitos. Por ello, ante esta intuición de la muerte, Ismaelillo representa un manual ético-emocional legado a su hijo, un mapa de direcciones anímicas, una celebración en versos, un «libro de combate», como lo define la poeta Fina García Marruz.

Nacido en 1853, de padres españoles afincados en La Habana, José Julián Martí Pérez muy joven inició sus actividades emancipadoras. El 9 de enero de 1869, el Capitán General de Cuba, Domingo Dulce y Garay (quien moriría en noviembre de ese mismo año), decretaría por primera vez en la isla la libertad de prensa. Diez días después aparecía en La Habana el volante impreso «El Diablo cojuelo», firmado por dos jóvenes: José Martí y Fermín Valdés Domínguez, amigos de la infancia que apenas alcanzaban los dieciséis años. Cuatro días después aparece el único número de «La patria libre», periódico de Martí. Estas publicaciones pondrán a ambos en la mira de las autoridades policiacas. En octubre de ese año, pretextando burlas contra el Cuerpo de Voluntarios, se lleva a cabo un registro en la casa de Fermín, hallan una carta en la que él y su amigo José critican al Cuerpo de Voluntarios, ambos son acusados de infidencia y declarados enemigos de la Corona, el siguiente año ambos reciben sentencia; Martí pena de muerte que se conmutó en seis años de cárcel y trabajo forzado, Fermín seis meses. Martí no cumplirá su condena. Saldrá libre y tendrá que someterse a un largo exilio en el que pisará España en 1871, México en 1875, Guatemala en 1877 para regresar a Cuba en 1878, y ser nuevamente exiliado tras el fallido levantamiento armado antes mencionado.

El Ismaelillo también es un libro de visiones. Martí advierte en la dedicatoria que las escenas versificadas se presentaron visionariamente ante sus ojos, que así las transcribió. En su libro de apuntes las llama impresiones. La visión, instrumento asociado a lo místico y profético, en Martí sirve para traer ante sus ojos al hijo ausente. Se pone al servicio de lo personal, de la intimidad. O siguiendo a Rothenberg, podríamos afirmar que el movimiento en la percepción de Martí es provocado por su hijo.

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El instante poético, «de inspiración», el que devela lo oculto, el que inmoviliza el tiempo interior, para Martí se activa con el acontecer de su hijo, la añoranza de los días con él. La «lira» de Martí es instrumento para captar los andares del día a día de su vástago, está a su servicio. El hombre revolucionario apunta su lado poético, o sublime, a la paternidad. A la intersección entre acto poético y acto mundano, o como apunta el poeta en su cuaderno de notas: «porque así van gravedad y sencillez aparejadas en mi alma».

Esta decisión es postura. Mientras muchas escrituras del periodo se decantarán por el exotismo, por el paisajismo natural e interior, por la adaptación francesa, Martí se decanta por otra vertiente, por un tema íntimo, de puertas hacia adentro, mundano. Si Darío en sus poesías pinta escenas, en cambio Martí las anima, las llena de movimiento, su poesía es cinética y vibrante. Por ello la elección de versos hepta y pentasílabos, mayoritariamente. Arriesgada elección estética en la época, por ejemplo, la poesía hogareña de Juan de Dios Peza o de Francisco González León, en México, fue motivo de escarnio para algunos críticos. Tanto lo público como lo íntimo son políticos. Lo personal es político. La poesía de Martí sale de la casa, las nuevas labores en el hogar se aúpan en su poesía, en su creación.

Además, en esta decisión contrapone su tiempo interno, reflexivo y por ello ralentizado, al tiempo histórico, frenético, convulso y confuso. Aunque Martí, hombre de su época, ve en esta coyuntura histórica la posibilidad de un mejoramiento en la condición humana. Anota en su Cuaderno de apuntes: «Andamos magullados pero cerca de la cura. No se echan abajo veinte siglos sin que ofusque durante algún tiempo nuestros ojos el polvo de las ruinas». La polvareda levantada por la industrialización del mundo lleva a José Martí a cerrar los ojos para protegerlos, y al cerrarlos lo único que puede aparecérsele es el hijo ausente. Sencillez y sinceridad son las cualidades de la veta martiana, escriben Shulman y Picón Garfield, en su libro «Las entrañas del vacío», y el Ismaelillo da buena cuenta de ello.

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La tradición poética que enlaza «la gravedad y la sencillez» puede rastrearse, es una porción siempre latente y presente; ahí está la poesía de Luis Carlos López en Colombia y la de López Velarde en México. Este último, en una de sus prosas de «El minutero» argumenta en contra de la paternidad, y Martí con su libro sublima la experiencia paternal, ambos, más allá de enfrentarse en sus argumentos, hacen espacio en sus escritos para exponer sus emociones personales, sus posturas éticas y psicológicas ante temas fundamentales de la experiencia vital, pero que en su época muchas veces estaban delegadas a la literatura de un «grado inferior». Actualmente sigue detectándose en el libro muchas líneas de sentido o significado; muchos órdenes simbólicos y semánticos. Es un libro que no necesita modernizarse. La raíz de Martí es sencillez y la sinceridad. La última línea que escribe en vida Martí para su hijo es: «Sé justo».

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Municiones 

Texto por Oscar Muciño

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