El arte urbano como una forma de manifestación estética política

[vc_row][vc_column][vc_column_text]

La policía es primeramente un orden de los cuerpos que define los modos de ser y los modos de decir, que hace que tales cuerpos sean asignados por su nombre a tal lugar y a tal tarea, es un orden de lo visible y lo decible que hace que tal actividad sea visible y que tal otra no lo sea, que tal palabra sea entendida como perteneciente a un discurso y tal otra al ruido”. Jaques Rancier,” El Desacuerdo”

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]

En la sociedad hoy dominante, que produce masivamente pseudojuegos desconsolados de no participación, una actividad artística verdadera es clasificada forzosamente en el campo de la criminalidad. Es semiclandestina. Aparece en forma de escándalo.” Manifiesto Situacionista, 1960

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_single_image image=”17260″ img_size=”full”][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]

Con la reciente ola de barber shops que inundó el país, donde actualmente, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), hay más barberías que personas barbadas; un concepto con el cual hemos crecido, una belleza semántica por la deconstrucción de su significado, estuvo a punto de desaparecer, y realmente hubiera sido una pena. Me refiero a la acepción más usual de la palabra estética, esa acepción de apropiación popular que encontramos en lonas, mantas y rótulos, con anuncios de cortes de cabello, tintes, luces, rizos, bases, crepés y hasta decorado de uñas, esa que en su enunciación se escribe sin acento: estetica.

Otra acepción que podemos encontrar sobre la palabra es la que se celebró en la llamada época romántica, ya con acento en su manifestación gráfica, en la que se ponderó como el discurso relativo a ella todo lo relacionado con lo bello, con el arte, con lo sublime y con aquellos juicios subjetivos que pretendieron vendernos como lo contrario. Este es, usualmente, el significado que se le suele atribuir a la palabra, el que más ha penetrado en su uso cotidiano.

Pero hubo una vez, en su momento de configuración como término, en que su sentido era otro: aquel propuesto por Baumgarten en Reflexiones Filosóficas Acerca de la Poesía, donde la presenta, expresada como discurso sensible, como una facultad de conocimiento distinta, no mejor ni peor, a la razón[1], y que desarrollaría plenamente en Aesthetica, de 1750, justo cuando la locura racionalista estaba en su mero clímax. Después, Kant retomaría este significado y el resto es historia[2].[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_single_image image=”17262″ img_size=”full”][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]

Con la reducción que sufrió el concepto durante el periodo romántico, que degeneraría en un esteticismo prosaico, se le quitó a esta “nueva ciencia”, en verdad moderna, no como los cientificistas de pacotilla, una parte importante de su objeto de estudio, estrujando con corsé victoriano a las manifestaciones de lo sensible, enfocándolas únicamente al arte; perdón, al Arte, con mayúsculas, donde el genio creador y el aura mística eran el tópico imperante.

Si bien, el arte es una de las manifestaciones de lo estético, no es la única, dentro de ellas también hay expresiones políticas, éticas, morales. Por tal motivo, en el presente ensayo, o como quiera usted llamarle, sobre el arte urbano como manifestación estética-política, no se mencionarán artistas o individuos concretos (salvo para usarlos como referencia o ejemplo), sino que tomaré esa manifestación de manera general como un medio político para la reapropiación de los espacios públicos.

La calle, según Baudelaire, Poe, Cortazar, Bretón, Benjamin, es el espacio público por excelencia; pero antes deberíamos preguntarnos ¿qué demonios es un espacio público? En tiempos lejanos, en los que los hombres vestían toga y se amaban virilmente unos a los otros, el espacio público era también un espacio político. En tiempos modernos, espacio público se puede definir mediante su antónimo: espacio privado; es, dicen, aquel en el que cualquier persona tiene derecho a circular[3]. Viene de la mano con procesos de urbanización y ascenso del capitalismo como forma esdrújula-económica-ideológica-hegemónica. Se dice que su construcción como concepto viene de la llamada “opinión pública”[4], en el proceso por el cual el hombre ocupa la esfera o espacio público controlado por la autoridad y lo transforma en el espacio donde la crítica se ejerce contra el poder del Estado. Sin embargo, a fechas recientes, esas características le son ajenas al espacio público.

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_single_image image=”17264″ img_size=”full”][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]

La calle ha dejado de ser eso que según era para Baudelaire y compañía, para transformarse en el mayor espacio privado que existe. Las corporaciones han secuestrado las calles, convirtiéndolas en un inmenso aparador para mercancías, para exhibición de grandes, medianos y pequeños negocios (como las antes mencionadas esteticas) e incluso en una mercancía más. El hombre ya no dota de significado a las calles al pasearse por ellas, ya son ellas, las calles, quienes le dan valor al hombre dependiendo de los lugares por los que transita. “Dime por dónde andas y te diré quién eres”. Por tal motivo existen espacios públicos, como parques, exclusivos para cierta clase social; zonas residenciales, colonias enteras, privadas, donde transitar es una actividad exclusiva de sus habitantes (y uno que otro empleado al que la bienaventuranza le permite acceder para lavarle los platos y tenderle las camas a los residentes).

El poder está por todas partes, le han llamado biopoder, policía, chancla voladora; atraviesa todas las células que componen el mundo y se ejerce de múltiples maneras: con violencia, con imposturas, con democracias disfrazadas, con delegaciones de poder; pero en todas ellas, siendo una cuestión social, opera el sistema, imponiendo su hegemonía, la cual es el uso de dicho poder sin la pertinencia de que se ponga en duda, aceptándolo como algo natural. En ese sentido, ver las calles tomadas por las multinacionales y transnacionales, consorcios, marcas, mercancías, parece ser algo común… pero no lo es tanto.

El espacio público, en contrapunto al privado, supone ser un lugar donde la expresión puede quedar manifiesta, siempre y cuando no se violente el derecho del otro. Sabemos que no es cierto. En las calles, la expresión de los ciudadanos (el supuesto sustento espiritual de una nación) está cortada, negada; pero sí se encuentra permitida, casi sin ningún tipo de restricciones, para los logotipos y las marcas. Los anuncios publicitarios son el graffiti de las corporaciones, por eso, el arte urbano se llega a entender como una forma de reapropiación de los espacios, quitándole de a poco terreno a coca-cola, telcel, adidas et al. Si la reproducción del poder se manifiesta por todas partes, cualquier golpe, por pequeño que sea, a la forma en cómo se ejerce, es importante, en su justa medida. No pequemos de trotskistas y digámosle refors a los que exponen una manera más pequeña de enfrentar al capitalismo que no sea la construcción del partido que nos lleve a detentar el poder a los trabajadores del mundo. Por otro lado, cabe señalar, los trotskistas nunca han logrado ponerse de acuerdo entre ellos mismo, y no han conseguido construir algo más allá de grupos sectarios cuasi religiosos.

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_single_image image=”17269″ img_size=”full”][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]

Las corporaciones secuestran el paisaje, las calles, el discurso estético y estilístico disidente, por el simple hecho de poseer recursos, tanto monetarios como jurídicos (el segundo producto del primero, pues aquí el que le pone el velo a la dama que sostiene la balanza de la ley es quien tiene el dinero para cubrirle sus ojos con finas sedas) por eso, el posiblemente mínimo gesto de afrenta que encarna el pintar una pared, pegar un sticker o poner un stencil, es un acto con tintes políticos, es un golpe, si se quiere solamente simbólico, al capitalismo.

Olvidándonos de la manera romántica de concebir el arte, pues no se habla aquí de obras únicas e irrepetibles, concebidas por el genio del artista, sino en muchos casos por manifestaciones espontáneas de una necesidad de expresión, que no permanecerán inmortales en galerías o colecciones privadas ni gozarán de trabajos acabados de restauración, el arte urbano es una afirmación estética, según lo dicho anteriormente. Su característica de ser casi siempre una actividad ilícita también la sitúa en un lugar crítico (tal vez sin saberlo) hacia la legalidad, y no sólo hacia el capitalismo.

Si bien, muchas de las manifestaciones plasmadas en las calles tienen una significación abiertamente política, muchos de los chicos que recién comienzan a rayar sus cuadernos con inacabados bocetos de lo que les gustaría plasmar en una pared, o que comienzan a hacer graffiti, no ven el sentido político que ésta tiene. Por otro lado, hay quienes explícitamente manejan un discurso crítico de denuncia o desenmascaramiento social, digamos, por mencionar el caso más famoso, Banksy. Pero el capitalismo es muy inteligente, se adapta con mayor facilidad a cualquier organismo. Sus hombres han intentado fuertemente, todo el tiempo, hacer entrar los discursos disidentes dentro del suyo, sin importar que dichos discursos critiquen al sistema. Quieren hacer ver (y en muchas ocasiones lo logran) que son los buenos de la historia, que con ellos, y no con la triada demoniaca de ismos: totalitarismos-socialismos-populismos, la libertad de expresión está garantizada y todas las voces, incluso aquellas que están en contra, tienen un lugar dentro del capital; nos abraza a todos, nos representa a todos, no importa que lo quieras ver en escombros ruinosos y humeante, Él nos representa.

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_single_image image=”17271″ img_size=”full”][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]

Es más, incluso han querido, con bastante éxito además, introducir en los parámetros estéticos y artísticos que ellos manejan, mediante la violencia simbólica, a artistas de las calles: meter a un museo estéril aquello que tiene vida y los amenaza. Ver a Basquiat[5] en Bellas Artes, en los cines, en documentales sobre su genio creador, enfant terrible que pintaba portando trajes de diseñador, lo confirma. El famosísimo caso de la subasta de Banksy donde supuestamente hace una crítica del mercado del arte al destruir su obra en varios jirones desgarrados por una trituradora de papel al finalizar su subasta, y que cada uno de esos girones terminará siendo más valioso que la pieza completa, es otro descaro más. Y, al final de todo, es el mercado, con su magnífico despliegue tecnológico, con sus industrias culturales, quien siempre gana; el mercado con sus mass media quien contrata y crea diseñadores capaces de hacer un bonito espectacular tomando elementos del discurso urbano para venderte unos tenis de 5 mil pesos, que la mayoría de nosotros somos incapaces de pagar, el cual será desplegado estratégicamente por toda la ciudad, por todas las ciudades, creándonos la necesidad (hay que recordar que las necesidades son sociales) de comprarlos.

Así pues, la calle se ha convertido en espacio privado, donde la gente ya no se puede manifestar. Una marcha, por ejemplo, ese derecho de protesta social, ganado por los trabajadores y retomado por múltiples voces inconformes, ha sido mediatizado, satanizándolas y hasta criminalizándolas, y hasta en ciertos casos apropiadas por voces que encarnan los valores del sistema. Por lo tanto, es en este escenario, en el de salir a pintar una barda, en el que las calles son reapropiadas, de manera burda si se quiere, por aquel que pone unas bombas con su nombre o seudónimo de artista urbano en una pared, es resignificada, incluso, por aquel que quitándose la pena frente a los amigos o los arquetipos escribe con pésima caligrafía: “Lupe te amo”. En esos actos se expresa una individualidad, uno “yo” que se afirma en los márgenes del sistema, recobra su voz. Se vuelven, tal vez sin saberlo, seres parlantes, seres políticos, se reconocen en los lugares por donde caminan, e incluso transforman la ciudad. Eso en los contextos donde su discurso no es frontalmente político, cuando lo es, dota de significados más profundos a los espacios: tiñe las fuentes de rojo, crea un inmenso mapa de la república mexicana con miles de llamas en velas que significan los muertos en el combate a las drogas, pone de manifiesto los mecanismos de las industrias culturales, les da cuerpo a los desaparecidos durante las dictaduras militares, reclama íconos sociales y políticos que se han convertido en marcas, denuncia la hipocresía de las instituciones en lo relativo a la violencia de género, pone en tela de juicio a la propiedad privada, dota de nuevos significados al intervenir los monumentos de los héroes patrios (discutiendo con la idea de nación decimonónica) ocupa la colectividad, en tiempos de un individualismo exacerbado, como forma de convivencia.

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]

Texto por Eduardo Zavala

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text][1] Para Kant lo estético es un sentimiento específico que nos suscita cualquier representación, sin importar su origen objetivo.

[2] En el primer prolegómeno de Aesthetica, Baumgarten dice: “Estética es (…) la ciencia del conocimiento sensitivo”.

[3] La Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), en su artículo Artículo 22, “Derecho de Circulación y de Residencia”, de la Convención Americana sobre Derechos Humanos enuncia: “Toda persona que se halle legalmente en el territorio de un Estado tiene derecho a circular por el mismo y, a residir en él con sujeción a las disposiciones legales”

[4] Según Jürgen Habermas https://www.nexos.com.mx/?p=7938

[5] Aunque Basquiat siempre quiso pertenecer al mainstrem.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]