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“Pero eso sí, la última y nos vamos, mañana yo te pago, ahí te dejo esos dos pesos, pagas la renta, el teléfono y la luz, mejor no te bajo el sol, las estrellas ni la luna, pa’ que no te pase nada.” Estas y muchas más son expresiones que desde hace mucho tiempo forman parte del léxico colectivo mexicano. Todas ellas fueron, si no acuñadas, sí recopiladas y después magistralmente citadas por Chava Flores en sus canciones.
Salvador Flores Ribera nació en 1920, en el antiguo barrio de la Merced, en el Centro de la Ciudad de México, en la calle de la Soledad. Se presume que creció en Tacuba, en la Colonia Roma y en Santa María la Ribera, aunque también se le ubica en Azcapotzalco y en la Unidad Cuitláhuac. Tuvo infinidad de empleos desde su infancia; fue costurero, encargado de almacén, cobrador, vendedor de puerta en puerta, administrador de una ferretería, propietario de una camisería y de una salchichonería e impresor, entre otras cosas. Ocupaciones, todas ellas, que implican movilización por toda la ciudad, lo que fue de gran utilidad para su etapa como compositor pues, debido a sus empleos, recorrió barrios, calles y colonias, y fue testigo de diversas situaciones que posteriormente plasmaría en su obra.
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En 1952 se inició como compositor, debutando con la canción «Dos horas de balazos», la cual, junto con el tema «La tertulia», fue grabada el 11 de enero de ese año. El éxito fue tal, que no tardaron en aparecer sus nuevas creaciones: «Boda de vecindad», «Peso sobre peso (La Bartola)», «La interesada», «El gato viudo», «Mi chorro de voz», «Ingrata pérfida» y «Llegaron los gorrones».
Siguiendo la tradición del trovador medieval, Chava Flores reseñó la idiosincracia mexicana a lo largo de una carrera en la que escribió y cantó más de 200 canciones. La lista de sus intérpretes es larga e impresionante: Pedro Infante, Tin Tan, Piporro, Óscar Chávez, Amparo Ochoa y Eugenia León, por citar sólo a unos cuantos.
Los excelentes y comiquísimos retratos de su ciudad y sus habitantes que aparecen en su repertorio le valieron que el público lo llamara «El Compositor Festivo de México», «El Cronista Musical de la Ciudad», «El Folklorista Urbano de México» y «El Compositor del Barrio». La precisión de sus descripciones es despiadada y jocosa. Se le podría también considerar, y con razón, como un chismoso de pura cepa, al que se le queman las habas por comunicar lo que observaba.
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El sentido del humor que mantuvo en la mayoría de sus canciones (también escribió canciones serias o tristes, como decía él: también tenía su corazoncito) hizo que éstas inmediatamente gustaran al público mexicano, quien se veía alegre y fielmente retratado. La eficacia de estas radiografías de la sociedad mexicana es indiscutible. Al humor y la picardía de su lírica hay que sumar la música, en la que abundan giros melódicos, acordes y armonías a la altura de grandes maestros. En ese sentido, el trabajo de Chava Flores en la música es equivalente a lo que hizo Ismael Rodríguez en el cine, Jorge Ibargûengoitia en la narrativa o Gabriel Vargas en la caricatura, todos ellos grandes cronistas, artistas y retratistas.
La obra de Chava Flores trascendió a niveles culturales y actualmente se le estudia en las escuelas primarias y secundarias. Varias de sus canciones aparecen en los libros de texto gratuito, mientras que en diferentes universidades se le estudia en la especialidad de sociología. Chava Flores siempre consideró que a través de la música se pueden decir muchas cosas; que la música será siempre una memoria histórica.
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