Peter Sellers: una botella vacía.

Peter Sellers: una botella vacía.

Depresivo e inseguro, seductor seducido, tierno e inocente, preciso y estoico. Víctima y maestro de la trama. Peter Sellers (1925-1980) fue uno de los mejores actores que Inglaterra ha dado al mundo. Hijo natural del espectáculo, sus padres eran actores de variedades y desde muy pequeño supo lo que era estar frente a un público.

Pese al ajetreo de la actividad familiar, su madre procuró que recibiera una educación formal que se terminó a los catorce años a causa de la Segunda Guerra Mundial. Ahí comenzó su increíble viaje por el mundo del espectáculo. Desde taquillero y conserje de teatro, pasando por actor de pequeñas partes, hasta estrella de la radio en el programa de culto «The Goons», que transmitió la BBC Radio durante toda la década de los cincuenta. 

A medio camino en «The Goons» comenzó una carrera en el cine que continuaría hasta su muerte en 1980. Se llegó a decir que nunca un actor tan bueno protagonizó tantas películas malas. Más de 60 en 25 años, de las que hubo buenas y malas. 

Fue un actor tanto dramático como cómico, le dio a sus personajes una prudente credibilidad y la soltura de palabra correspondiente a cada uno de ellos. Tenía una asombrosa capacidad para encontrar la voz exacta que cada papel requería. Las inflexiones, los acentos y la estilización del lenguaje eran producto del minucioso escrutinio al que Sellers sometió a cada uno de sus roles. Esto era su especialidad, su rúbrica.

Camaleónico como pocos comediantes, Sellers adquiere las propiedades del filme en el que participa, de la escena precisa en la que aparece, y hace lo que tiene que hacer con toda seguridad y verosimilitud. El tímido Bakshi, de «The Party», nada tiene que ver con el Quilty de «Lolita»: aunque Sellers le transmite cualidades cómicas o humorísticas a su encarnación de Quilty, en la narrativa siniestra de Kubrick uno no puede reírse abiertamente de cómo engaña a Humbert, personificando con sus lentes de fondo de botella a un psicólogo escolar de origen alemán, ni de cómo nuestro nervioso parlanchín pendejea al apasionado padrastro y amante de Lolita, aún cuando éste lo amenaza con una pistola.

La risa que emana de los labios del espectador de Kubrick, velada, sardónica, incómoda, está lejos de la carcajada vehemente de las películas de Blake Edwards, quien dirige a un Sellers transparente e ingenuo. Será justamente de la mano de Blake Edwars, con la saga de «La Pantera Rosa», cuando se vincularía para siempre con el despistado y enamoradizo Inspector Clouseau, el más conocido de sus alter egos, increíblemente torpe y estúpido.

Pero a lo largo de su carrera dio vida a una multitud de personajes muy diferentes entre sí. E inclusive a varios personajes en la misma película, tal vez la más célebre de estas multiplicidades es la que dio en «Dr. Strangelove», dirigido por el ya mencionado Kubrick. 

Los personajes interpretados por Sellers estaban dotados de la fragilidad y sustancia del ser humano, y por lo tanto eran siempre creíbles y queribles. Con exquisita maestría los revistió de una dignidad absoluta. Por más idiota que fuera cualquiera de ellos, ninguno tenía la más mínima idea de lo ridículos que eran.

Supo ser dulce y delicado, a la vez que neurótico y demagogo. Para muchos era un reflejo del verdadero Peter Sellers que se escondía detrás de la máscara. En sus propias palabras, decía que carecía de una identidad propia, que nada había quedado de él después de interpretar a tantos. Y que si alguna vez había habido un atisbo de personalidad en su interior, éste había sido removido quirúrgicamente. 

Difícilmente una columna dedicada a hablar de comedia buscaría aconsejar a sus lectores para la vida, pero tal vez conviene sobreinterpretar un poco a Peter Sellers como símbolo. Por encima de sus defectos personales (que han dado mucho material para artículos escandalosos), quizá los testimonios de sus amigos, los ex-Beatles, Ringo Starr y George Harrison, así como el de su asistente personal, Susan Wood, nos ofrezcan la posibilidad de pensar en Sellers con optimismo, como un buscador de sí mismo que nunca estuvo satisfecho con lo que hallaba.

Tal vez Sellers consideró que el temor al ridículo, miedo que atormenta a buena cantidad de individuos en el mundo, era mucho más llevadero que el temor a la existencia misma. Vale, pues, darse la oportunidad de exponerse al ridículo como lo hace el Inspector Clouseau, una experiencia que atemoriza a muchos, pero que sólo un verdadero temerario a lo Peter Sellers estaría dispuesto a abrazar e inmortalizarse en ella. Se lo debemos a este hombre que nos regaló risas que fueron, son y serán una llama.

Al hombre que brilló fugazmente y para siempre, y que permanecerá vivo mientras viva el cine. Aunque él nunca conociera a la persona que habitaba en su interior. Gracias Peter.

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