George Blondin, «en la cuerda floja»

«Estar en la cuerda floja» es una expresión con la que todos nos hemos identificado aunque nunca hayamos caminado en una. Significa riesgo, peligro, un estado de conciencia en el que debemos ser cuidadosos porque cualquier error podría ser fatal. La expresión proviene de la tradición circense de caminar sobre una cuerda suspendida entre dos puntos fijos ubicados a una considerable altura, lo suficiente para hacer un acto peligroso del trayecto del funambulista —del latín funis, cuerda y ambulare, caminar— y mantener a un público en vilo. Por cierto, vilo significa suspendido en el aire o sin el apoyo o el fundamento necesarios, por lo mismo se ha vuelto sinónimo de preocupación e inquietud por conocer el fin o el resultado de algo.

Los primeros funambulistas de los que se tiene noticia datan de los días del circo romano, aunque es posible que el ser humano desde mucho antes se viera tentado a desafiar la gravedad y caminar por los aires, aunque sea por encima de una cuerda, que por otro lado se antoja como la superficie mínima que una persona podría pisar y transitar. Menos que eso prácticamente sería flotar.

Hay un artista de la cuerda floja que queremos recordar: George Blondin. Nació en Pas-de-Calais, Francia en 1824. Como buen niño prodigio desde los cinco años de edad dio muestra de grandes dotes para la gimnasia y fue inscrito en la École de Gymnase de Lyon, donde tan sólo seis meses después de aprendizaje, egresó convertido en «El niño maravilla», comenzando su carrera en el mundo del espectáculo. La habilidad y gracia de sus movimientos, así como la originalidad de sus presentaciones, lo hicieron rápidamente un favorito del público.

En 1855 viajó a América contratado por la Ravel Troupe de la ciudad de Nueva York, un circo del que acabaría siendo copropietario. Su estancia en el nuevo continente le inspiraría la que sería la más famosa de sus hazañas: caminar la cuerda encima de las cataratas del Niágara. Logró por primera vez esta hazaña en 1859 y posteriormente la repetiría en múltiples ocasiones, incorporando su acostumbrada teatralidad en ellas: cruzó el Niágara con los ojos vendados, dentro de una bolsa, empujando una carretilla, en zancos, en una ocasión lo hizo cargando a su representante sobre sus espaldas y llegó incluso a cruzar cargando una pequeña estufa portátil, con la que cocinó un omelette a mitad del camino, comiéndoselo antes de proseguir la marcha.

Regresó a Europa para hacer presentaciones principalmente en el Reino Unido, una de ellas, en Irlanda, casi le cuesta la vida, cuando la cuerda sobre la que trabajaba se rompió. Blondin se salvó, pero dos asistentes suyos murieron en el accidente. Hizo un par de presentaciones más que se recuerdan como de sus más memorables, pero, tal vez reflexivo por el accidente, inició una etapa de retiro que interrumpió en 1880. Con casi sesenta años a cuestas regresó a practicar el funambulismo ya sin interrumpirlo hasta prácticamente su muerte. Murió en Londres en 1897 y su última actuación la dio en Irlanda en 1896, a los setenta y un años de edad.

Durante su vida llegó a ser tan famoso que su nombre se volvió sinónimo del que camina sobre la cuerda floja, numerosos «blondines» han emulado al original a lo largo de los años, posiblemente atraídos por esa tradición que impulsa a llevar hasta su límite el acto de caminar: en las alturas y en una superficie reducida lo más posible, que ni siquiera un pie quepa en ella, sin duda una gran metáfora de muchos momentos de nuestra existencia.

@RetaduardiaMix