Entre la tatacha y el caliche

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Siempre me ha gustado recorrer tianguis o tendidos que son muy comunes en esta gran ciudad de México, por lo regular visito el de Santa Cruz Meyehualco, en la alcaldía Iztapalapa porque ahí viví durante muchos años y también, de vez en cuando, recorro calles aledañas al mercado de Portales o me gusta detenerme en algún tendido en la banqueta y curiosear lo que se vende.

Voy en la búsqueda de encontrar productos para el hogar, ropa o algo para la despensa a precios increíbles, pero lo que me mueve más es el hallazgo de libros. Los tianguis y tendidos, representan un depósito de libros muy interesante, ya que además de que los puedes comprar a precios muy bajos, resulta que muchas veces hay verdaderas joyas literarias.

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Esta vez, no escribiré de mi andar por el tianguis. Resulta que, en mi vida de nómada, junto con mi familia, radicamos un tiempo en la Colonia Country Club, muy cerca del metro General Anaya, así que pronto me dediqué a ubicar los comercios y el mercado para poder surtir las necesidades básicas de una casa, y en ese transitar, di con un depósito de papel, un pequeño local donde el dueño pone a la venta una gran cantidad de libros.

Las obras, de todo tipo, desde cuentos infantiles, religión, recetas de comida, leyes y un sinfín de temas, las apilan en cestas lecheras y uno tiene que aventarse un clavado y con tiempo y paciencia buscar algo interesante.

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En una ocasión, después de ir de compras al mercado, decidí darme una vuelta al depósito y me encontré con un libro que de inmediato llamó mi atención, porque justo en esos días, asistía a un taller con el poeta y maestro Roberto López Moreno y él, nos hablaba de la poesía parda, que es una forma de escribir usando un lenguaje coloquial, picaresco y un tanto alburero.

Llegó a mis manos el libro Del arrabal, de Carlos Rivas Larrauri, editado por Editores Mexicanos Unidos en 1997 y cuya primera impresión se hizo en 1931, en Tlaxcala y sin que se conociera la editorial. Pensé que podría ser útil para lo del tema de la poesía parda, así que me puse a leerlo y a investigar sobre el escritor y vaya sorpresa: encontré que era nada más y nada menos el autor de aquel famoso poema titulado Por qué me quité del vicio.

A decir verdad, el poema lo ubicaba porque era material para la declamación en las escuelas primarias, más del autor no sabía nada. Así que, gracias al excelente prólogo supe que nació a principios del siglo XX y vivió 44 años, que desde muy pequeño le gustaba la poesía gracias a que su madre leía este tipo de género literario, sin embargo, de su padre, que era un ranchero y alcohólico, heredó el gusto por la bebida, de modo que Carlos Rivas pronto se vio envuelto en la enfermedad del alcoholismo.

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Rivas Larrauri trabajó de minero, de secretario en una normal rural y en un tiempo se fue a Estados Unidos cruzando la frontera de mojado a fin de trabajar, sin embargo, su adicción al alcohol nunca le permitió conservar ningún empleo.

Su propuesta poética fue catalogada como Poesía Vernácula, en la cual utilizaba el caló o también conocido como tatacha, la tatacha fu, el caliche, el caliche ratonero, el lenguaje alvaradoreño, y otras jergas callejeras como el albur y aunque utilizaba ese tipo de lenguaje, se dice que en su vida diaria hablaba de ese modo y que fue un gran lector y además fundador de una revista llamada Vea.

Resultó grato encontrarme con este libro de un autor que se cataloga dentro de los olvidados a pesar de que escritores como Nicanor Parra, Ermilo Abreu Gómez y René Capistrán Garza, fijaron su atención en ese modo de escribir. Fue como un rescate, porque, de acuerdo con lo que me explica el dueño del local, muchos de los libros se van revueltos con el demás papel y se van directo al reciclaje.

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Les dejo unos versos de Carlos Rivas Larrauri de su libro Del Arrabal, rescatado de un depósito de papel de la alcaldía Coyoacán, no recuerdo la fecha, ni la estación del año, ni el clima que imperaba en la ciudad, sólo sé que regresé a casa con una de esas joyas literarias, de las tantas que van de un librero a otro, de un puesto a otro y de una mano a otra.

Y es que la buena señora,

en su inocente candor,

no quiere admitir la idea,

ni jurándolo por Dios,

de que pueda quien escribe

esas cosas de “Folk-lore”,

vestir de gente decente

y hablar “casi” en español.

Mucho menos concebía

que pudiera hablarle yo

sin decir “dialtiro”, “ansina”

“me cuadra”, “no li aunque” y “pos”.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_single_image image=”17508″ img_size=”full”][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]

#DepositoDePapel

Depósito de papel

Texto: Hortensia Carrasco 

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