El vendedor fantasma

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El título de esta entrega de la columna Depósito de papel, pareciera como de un cuento de terror y no, es para contarles un extraño suceso que viví, una situación que se quedó sin resolver, aunque resultó benéfica para mí.

En la colonia San Simón, de la alcaldía Benito Juárez, está la calle Rumania, ahí, se instala a diario un tianguis de antigüedades. Suelo ir con frecuencia al mercado de portales y de ahí me dirijo a dicho tianguis porque me gusta admirar todo lo que ahí se oferta.

En una de esas visitas, iba en la búsqueda de un cable para una laptop y en el recorrido, paré en un puesto donde se vendía desde juguetes, cucharas, platos, fotografías y otros objetos antiguos. A parte, tenían una caja de cartón que contenía libros y sin pensarlo me puse a mirar con el fin de encontrar algo interesante.

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En eso estaba, cuando tuve entre mis manos un libro titulado El Dios de los brujos, el cual me llamó la atención, sobre todo porque por esos días (julio de 2019), me reunía con unos compañeros poetas y hablábamos de temas como los nahuales, seres mitológicos, vampiros y hombres lobo.

Entonces, pregunté al vendedor, un hombre como de 55 años, el costo del libro y me dijo que estaba en cincuenta pesos, pero como ya había conseguido el cable, no completaba el costo y volví a dejar el libro; sin embargo, el vendedor lo sacó de la caja y me dijo: “llévatelo, vi tu interés y no es fácil que alguien se interese en temas tan interesantes, no te preocupes, mañana me lo pagas”.

Me pareció un gesto de confianza que poco se ve y acordé, en efecto, que, al día siguiente, es decir, viernes, acudiría a saldar la pequeña deuda que en ese momento adquirí. A espaldas del puesto se encontraba una especie de barandal con vidrios y el vendedor hizo énfasis en que me guiará por ese barandal para recordar que ahí se instalaba con sus cosas.

Cerrado el acuerdo, me dirigí a casa y ahí, revisé con calma el libro y supe que la autora es Margaret A. Murray. Tan sólo con leer los títulos de los capítulos: El Dios cornudo, Los adoradores, Los ritos, etc. mi interés por leerlo se acrecentó; además de corresponder con la lectura al noble gesto de aquel vendedor.

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Al día siguiente, después de realizar algunas actividades de casa, me puse en camino al tianguis de antigüedades para pagar el libro. Al llegar, me dirigí a la seña del barandal para ubicar el puesto y sí, había un puesto, el cual era atendido por un joven. Le pregunté por el señor porque debía pagarle un libro y me dijo: “nosotros no vendemos libros”.

Extrañada, le di la descripción al joven y dijo que ahí vendían sólo él y su mamá y reiteró que ahí no vendían libros. Como para estar segura vi el barandal y después me acerqué a otros puestos aledaños, pero ninguno coincidía con el del vendedor. Afligida, regresé a casa. Los siguientes días, sábado y domingo, acudí a buscarlo y no tuve suerte.

Decidí que iría el miércoles, porque fue el día que estuve frente al puesto. Así lo hice y no tuve suerte, estaba el mismo joven que negaba que en su puesto se vendían libros. Volví a casa con cierto vacío, tener ese pendiente me provocó una especie de incomodidad.

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Algunas veces y en este 2021, en días en que está pandemia da un poco de tregua, he vuelto y sigo buscando a aquel vendedor y no ha sido posible. Leí el libro y fue una buena lectura, con datos muy buenos. Antes de que el poeta y maestro Oscar Wong falleciera, sugería a través de Facebook, la lectura de ese libro y el de La Diosa Blanca de Robert Graves y vino de nuevo a mi estado de ánimo esa aflicción por no poder saldar mi deuda.

Ahora, gracias a la tecnología, es posible leer un libro en computadora o celular y sí, está el de El Dios de los brujos; no obstante, creo que una experiencia como la que viví sólo es posible en la calle, con la gente, entre objetos, cerca de un libro de papel.

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#DepositoDePapel

Depósito de papel

Texto: Hortensia Carrasco

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